Mensaje de bienvenida

Bienvenido a este blog en el que narro mis reflexiones personales, fruto del encuentro con Cristo en la oración. Cabe alcarar que con estas reflexiones no pretendo exponer el pensamiento oficial de la Iglesia sino que es fruto de mi relación con Nuestro Señor. ¡Dios los bendiga!

martes, 30 de noviembre de 2010

A la vuelta de la esquina

Una luz multicolor relumbra en el horizonte, un lucero deja asomar sus primeros rayos con variedad de tonalidades cobrizas y destellos áureos. Este es el adviento, el tiempo de la espera de días contados, el final del aguardar la salvación.
Nuestros antepasados en la fe, los judíos, pasaron por cientos de momentos difíciles como Pueblo Escogido por Dios, conquistas: exilios, momentos de sequía y de hambruna, violencia imperante por todos lados. Una promesa mantenía viva la flama de la esperanza: el Mesías anunciado desde antiguo, un rey descendiente del gran David que liberaría a su pueblo. Quienes ya habían pasado al descanso eterno y por no haber sido aún redimidos no gozaban de la gloria eterna de Dios, ansiaban la llegada del salvador como aquellas almas que en la novela de “La divina comedia” esperan ansiosas pasar del purgatorio al cielo.
En medio de todos estos acontecimientos sucedió lo que menos se esperaban: un ángel enviado a la más humilde de las jovencitas de un pueblecillo relegado en una provincia casi extranjera, María recibía el saludo del mensajero de Dios consciente de su nada y su pobreza además de su corta edad. Todo el universo esperaba ansioso la respuesta de la pequeña jovencita, los antiguos padres buscaban la respuesta a sus esperanzas, un silencio en el orbe entero hace un espacio para la palabra más importante de la historia en labios de una mujer: ¡fiat! ¡hágase según tu palabra! El júbilo invadió a la humanidad entera que exultante celebró el primer día de adviento, la espera de la ya próxima llegada del Mesías, el cumplimiento de la promesa de salvación: Emmanuel, Dios con nosotros. ¡Ya está cerca! ¡Ya viene! ¡Está aquí, a la vuelta de la esquina! ¿Estamos listos para recibirlo?
Dios los bendiga.

lunes, 22 de noviembre de 2010

El huésped bendito

Leyendo y meditando el otro día a Mt 12, 43-45, que narra la parábola del endemoniado, comencé a pensar en esa casa interior que somos y la manera en que nosotros buscamos desterrar al huésped indeseado que es el pecado. Pensaba en cómo cerrar la puerta y atrancarla por dentro para no dejarlo pasar e imaginaba muchas posibilidades que siempre tenían deficiencias. Y es que resulta obvio que si por las propias fuerzas buscamos la perfección esta no llegará porque no hay perfectos fuera de Dios además de que sin Él nada podemos.
Me asomé entonces a los versículos anteriores y posteriores de este pasaje y leí con asombro la parábola del sembrador un poco adelante del texto que había leído y detrás del mismo leí el reproche que Jesús les hace a los fariseos por pedirle una señal y el anuncio de que recibirán “la señal de Jonás”. Caí en la cuenta de la grandeza que encierra la pequeñez, una pequeña semilla que, echada sobre tierra buena y bien cuidada, rinde fruto abundante en la sencillez de una pequeña plantita alimentada por la tierra, el agua y el sol, sencillez contraria a las grandes señales exigidas por los fariseos y muy similar a la grandeza oculta de la señal de Jonás realizada por Jesús: el entrar en el seno de la tierra, como la semilla, y salir de ella resucitado, cargado de frutos, como la espiga dorada y triunfante. En esta acción Cristo vence al pecado y lo expulsa de la tierra. Del mismo modo, pensé, Cristo al encarnarse en nuestras personas destierra el pecado y lo repele cuando quiere volver pues si el demonio en vez de regresar y ver una casa limpia encuentra un nuevo huésped a quien no puede ni ver huirá de nuevo a su soledad.
Si queremos desterrar de nosotros el pecado no es a base de esfuerzos humanos o cumplimiento de reglas y más reglas sino es por medio del abrirle nuestro corazón a Jesús, dejarnos tocar por Él y dar fruto abundante de obras de misericordia. Dejemos entrar al huésped bendito en nuestros corazones para que nos “remodele” y nos convierta en auténticos y dignos templos de su Espíritu Santo ¿Y tú cómo puedes dejar crecer la semilla de Jesús en tu corazón?...

lunes, 15 de noviembre de 2010

En comunión

Cuando nos encontramos adorando a Cristo en la Eucaristía sucede una infinidad de cosas en nuestro interior. En Su presencia la vida pasa en un instante para quien ve con los ojos de la fe, porque toda una vida es insuficiente para adorar tan grandioso misterio. Y al estar ahí, contemplándolo y dejándonos contemplar por Él somos inducidos por Él mismo a  enamorarnos del prójimo y hacer germinar la semilla de la Caridad que Dios nos ha regalado. Y es que el diálogo con Cristo Eucaristía es comunión por excelencia, es tener un encuentro vivo y amoroso con Aquél que es el punto de encuentro de toda la humanidad. Este encuentro de comunión con Cristo nos lleva entonces a un encuentro de comunión con el hermano actuando en su nombre.
Al ser nosotros miembros del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia en virtud del Bautismo que hemos recibido podemos actuar en su nombre como la cabeza mueve la mano para sobar un golpe recibido en la rodilla. De tal manera que por esta gracia recibida de sus manos somos capaces de ser para un hermano sacramento de Cristo, es decir signo de la presencia viva de Cristo en nuestro mundo. ¡Qué privilegio tan grande e poder llevar en nosotros la presencia de Dios mismo y ser sus propias manos que auxilian a sus hijos más vulnerables! Una obra de Caridad auténtica es ser la presencia de Dios mismo para el hermano.
Es muy grande la gracia que recibimos los cristianos en nuestro Bautismo, la capacidad de ser cocreadores junto con el Padre en el perfeccionamiento de su Obra creadora, emisarios de Cristo para llevar su salvación a todos los hombres y portadores del espíritu Santo que es el mismísimo Amor de Dios y todo brota de ese encuentro de Amor y comunión, de una subida al monte espiritual, que es posible por el hecho de ser hijos de Dios.
Gracias te doy, infinito y bondadoso Dios, por concederme tan alta Gracia de poder ser sacramento de tu presencia en y para la humanidad al obrar en nombre de tu Iglesia. ¡Gracias por mi Bautismo! Vivamos en comunión para poder sr así reflejo preclaro de la grandeza de nuestro Dios. ¿Y cómo ha sido tu encuentro con Cristo en el hermano? ¡Comparte tu experiencia! Todos tenemos una. Que el Señor los bendiga!!